Las Cuevas del turco están situadas a poco más de medio kilómetro del núcleo urbano, bajando por la Fuente, a unos 200 metros después de pasar la depuradora. Se trata de un agadir o granero comunitario, típico de los bereberes del norte de África, que colonizaron la comarca entre los siglos VIII y XIII. Tenían una función semejante a las Covetes dels Moros de Bocairent y Ontinyent, y otros conjuntos semejantes de lo que fue Al-Ándalus: conservar grano y otros alimentos, junto con enseres de diferentes clanes o familias (cada uno, su cueva). Las debió de excavar algún clan tribal que compaginaba la agricultura y la transterminancia (trashumancia de menos de 100 Km de distancia). Dejaban sus bienes aquí medio año, custodiados en invierno por guardianes a sueldo, para bajar con las reses a los marjales de la costa. Regresaban para pasar el verano (abril-septiembre) con sus ganados en el macizo del Caroig.
Las cuevas del Turco están conformadas por una veintena de covachas excavadas en la pared a gran altura, de modo que su acceso es prácticamente imposible sin los medios necesarios: cuerdas, escaleras y arneses, para descolgarse desde lo alto. Las investigaciones realizadas por el arqueólogo Agustí Ribera desvelan que estas cuevas, ya abandonadas, se reutilizaron también como refugio, sobre todo ante la amenaza feudal de los siglos XII-XIII, cuando de produjo la conquista de Jaime I.
Disponen de una especie de ventana o entrada estrecha, que se curva en los primeros metros hacia un lado, en esviaje; de forma que a cualquier observador externo le es imposible saber si hay alguien dentro de ellas. Su acceso se hacía mediante cuerdas que, una vez recogidas, imposibilitaba subir fácilmente a cualquiera, ya que la cavidad más baja estaba a más de 10 metros desde la base de la pared. Actualmente, algunas de las cuevas están comunicadas entre ellas.